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Historia del Partido Comunista Paraguayo (1928-1990)/Era Moriniguista/Revolucion del 47

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LA INSURRECCIÓN DEMOCRÁTICA DE 1947 Y EL PARTIDO COMUNISTA

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El golpe traidor del 13 de enero enardeció la combatividad del pueblo paraguayo y del ejército institucionalista, cuya palabra empeñada para la democratización del país había sido pisoteada por Morínigo. El 7 de marzo de 1947, una brigada de jóvenes obreristas tomó por asalto el Cuartel Central de Policía, con bajas para éstos y también de muertos y heridos para las fuerzas policiales, entre ellos el jefe de Policía, mayor Rogelio Benítez.

El 8 de marzo, en Concepción, jóvenes oficiales encabezados por el mayor Aguirre y el capitán Bartolomé Araújo, se levantan en armas en reivindicación de las Fuerzas Armadas institucionalista, que habían comprometido su honor como garantía de ejecución del programa de normalización institucional del Gobierno de Coalición, traicionado por el golpe morínigo-guionista del 13 de enero. El movimiento levanta como bandera un programa de cinco puntos. Oigamos lo que nos dice el camarada Marcos Zeida, que, con Obdulio Barthe, Augusto Cañete y otros, estuvieron en el mismo foco de la insurrección armada: «Nuestra participación -dice Marcos- es la siguiente: en la mañana del 8 de marzo, el mayor Aguirre, el de más alta graduación, nos llama a la Comandancia y nos pide que redactáramos la proclama y el programa. Era un programa de cinco puntos: "Legalidad de todos los partidos, incluido el Partido Colorado. Segundo: Convocatoria de la Constituyente en el plazo de seis meses. Tercero: Medidas urgentes contra la carestía y por mejores condiciones de vida del trabajador. Cuarto: Castigo a los torturadores y ladrones públicos. Y quinto: política internacional independiente a favor de la paz" (v. «Hoy», 4-III-90).»

Alrededor de este conciso programa democratizador se produjo inmediatamente la concertación de todos los partidos políticos y sectores sociales anti-dictatoriales, lo que proporcionó a la rebelión de Concepción el carácter de un movimiento cívico-militar hasta entonces desconocido en los anales políticos de nuestro país. En efecto, lejos de ser un mero hecho de arma faccioso, era la convocatoria de fuerzas políticas y sociales en base a un programa mínimo de realizaciones democráticas.

Además de la contribución material y humana de los comunistas, especialmente con su presencia física, desde el comienzo, para el triunfo de los postulados democráticos del movimiento cívico-militar del 8 de marzo, el partido presentó al Comando de la Revolución un proyecto concreto o plan de movilización de todos los recursos disponibles, materiales y humanos de la región como garantía para el triunfo de las armas revolucionarias, cuando a poco de su estallido se dio una pausa paralizante a causa de varios factores concurrentes.

El Comando Revolucionario -constituido después del estallido de la insurrección-, cuyas principales figuras eran los coroneles Alfredo Ramos y Rafael Franco, en el área militar, y los representantes de los partidos liberal y febrerista, en el área civil, se dejaron estar. Se diría que la situación fue virtualmente congelada por falta de elemento bélico para armar un verdadero ejército revolucionario. Había escasez de vituallas y muy escaso apoyo logístico, a pesar de que se dominaba la zona más rica del país, especialmente por su vasta ganadería. El apoyo económico de las clases con mayores recursos fue mínimo y la decisión y el coraje de los que estaban en la cúpula revolucionaria no se hicieron sentir. No era casual. Ello revelaba, en rigor de verdad, que los dirigentes que predominaban e a la conducción del movimiento armado no se proponían llevar a cabo una revolución en el mejor y auténtico sentido de la palabra. También dejaba al descubierto la debilidad de nuestro partido, su escaso arraigo en el contingente de combatientes como para presionar por la superación de la temprana paralización de las operaciones contra el estancamiento y por la movilización de la retaguardia en apoyo de la revolución.

Cuando en última instancia, acorralada la revolución en su propia base de operaciones por las fuerzas moriniguistas con la moral combatiente muy disminuida, una maniobra audaz -concebidas por obreros marítimos de Concepción, nos dice Zeida- permitió que el grueso de las fuerzas insurgentes se desprendiera hacia la capital, en lugar de sorprender al enemigo y llegar a Asunción en 48 horas, se detuvieron por el camino por alguna razón que hasta hoy permanece en una nebulosa incógnita. Más de diez días de demora fatal, sumada a la descarada ayuda del peronismo y de la embajada norteamericana, por intermedio del sub-imperialismo brasilero, a la desconcertada fuerza gubernamental, hicieron que la carga revolucionaria se debilitara para languidecer totalmente en las puertas de la capital y ser finalmente abatida con infinita crueldad. Varios destacamentos llegaron hasta el interior de algunos barrios capitalinos, como el Escuadrón de Caballería del capitán Parra y Obdulio Barthe, que desde Pinozá tuvieron que emprender la retirada.

Muchos comunistas se cubrieron de gloria en el campo de batalla. No pocos rindieron con el tributo de sus vidas la fidelidad a la causa democrática comprometida en el levantamiento cívico-militar de Concepción como Simeón Rolón, caído en Villa del Rosario; Víctor Cuevas en Paso Correo, a quien ya hemos mencionado en otra parte de estas notas, y otros.


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