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Historia de España/Reinos cristianos/Siglo XII

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La Plena Edad Media de la península ibérica abarca los siglos XI al XIII. Durante este periodo de la Plena Edad Media las relaciones entre las dos formaciones sociales en que se dividía la península ibérica desde hacía tres siglos, la cristiana y la musulmana, experimentaron un vuelco radical, pues si hasta entonces los Estados cristianos del norte se habían limitado a sobrevivir ante la superior potencia económica, política y militar de Al-Ándalus ―con unas fronteras prácticamente estabilizadas desde el siglo IX― a partir del 1031, fecha en que desaparece el Califato de Córdoba, inician una ofensiva que en 250 años va a reducir Al-Ándalus al pequeño reino nazarí de Granada.​​ Esta expansión tan extraordinaria formó parte de un movimiento europeo más amplio fruto de la consolidación de las sociedades feudales, pues coincide con la penetración alemana al Este del río Elba y con las Cruzadas a Tierra Santa.

Al-Ándalus: reinos de taifas e imperios almorávide y almohade

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Para hacer frente a la expansión de esos reinos cristianos y tras la ocupación en 1085 de Toledo por el rey castellano Alfonso VI ―«el primer núcleo de importancia en cambiar de manos desde 711»―​, los «reinos de taifas» recurrieron a la ayuda de los almorávides ―los miembros de un movimiento religioso y militar islámico que había surgido en el siglo XI en el norte de África donde había fundado un imperio con capital en Marraquech y que defendía una interpretación rigurosa del islam―.​​​

En 1086 cruzaron el estrecho y derrotaron a Alfonso VI, aunque no pudieron recuperar Toledo. Poco a poco el emir Yusuf ibn Tasufin fue incorporando al imperio almorávide todas las taifas de al-Ándalus, incluida la de Valencia, que entre 1094 y 1099 había estado bajo el poder de un noble desterrado de Castilla, llamado Rodrigo Díaz de Vivar, y que los musulmanes conocían como ‘’El Cid".​​​​ Según Julio Valdeón, «el rasgo predominante de esta nueva fase de la historia de al-Ándalus fue el rigorismo, lo que se tradujo, entre otros aspectos, en la persecución de las minorías de mozárabes y judíos».

El imperio almorávide sólo subsistió durante la primera mitad del siglo XI al no poder hacer frente a la expansión de los reinos cristianos del norte ―que en 1118 se apoderaban de Zaragoza― y como resultado del rechazo que suscitó su rigorismo religioso entre los propios musulmanes. Fue así como volvieron a reconstruirse los reinos de taifas, aunque todo ello fue aprovechado por los reinos cristianos del norte para dar un nuevo impulso a su expansión: Tortosa, Lérida, Lisboa,... son ocupadas por ellos.​​

La península Ibérica en 1157

Las «segundas taifas» pronto cayeron bajo el dominio de otro imperio surgido también al otro lado del estrecho: el imperio almohade. Se trataba de un nuevo movimiento religioso bereber, surgido en el siglo XII, y que era partidario de una observancia estricta de los principios del Islam ―almohade significaba «defensor de la unidad de Dios»―. Su líder, Abd al-Mumin, había puesto fin al imperio almorávide ocupando su capital en 1147, y se había llegado a proclamar califa, extendiendo sus dominios hasta Trípoli, en Libia.

Hacia 1170 los almohades se apoderaron de todas las taifas de Al-Ándalus y situaron su capital en Sevilla. Hizo falta la unión de tres estados cristianos ―Castilla, Aragón y Navarra― para derrotarlos en la batalla de las Navas de Tolosa de 1212.​​​

La expansión castellano-leonesa y portuguesa

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Conquista y ocupación del valle de Tajo (siglo XII)

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Península Ibérica circa 1150.

Solo a raíz de la descomposición del Imperio almorávide se produjeron avances significativos como la ocupación de Coria en 1142 y la penetración hasta Calatrava (1146), por parte de Castilla y León, y como la conquista de Lisboa, por parte del reino de Portugal ―el condado Portucalense, gobernado desde el siglo XI por una dinastía hereditaria propia, se había independizado del Reino de León en 1139 cuando su conde Afonso Henriques se intituló "Portucalensium rex"―. Fue a partir de entonces cuando se pudo consolidar la repoblación del valle del Tajo.​

En el valle del Tajo de nuevo la forma de ocupación fueron los concejos, asentados sobre las ciudades musulmanas (Atienza, Medinaceli, Guadalajara, Madrid, Maqueda, Talavera, Coria), y como los de la Extrema Durii fueron dotados de un amplio alfoz y los reyes les concedieron fueros similares. Diferente fue el caso de la ciudad de Toledo, que gozó de un régimen especial desde que fue entregada a Alfonso VI por sus habitantes, basado en el compromiso de respetar sus vidas, sus propiedades y sus creencias, por lo que aquí se produjo una superposición de dos poblamientos, el originario ―integrado por musulmanes, mozárabes y judíos― y el cristiano del norte que se asentó a raíz de la conquista.

Segundos reinos de taifas

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Cuando el dominio almorávide empezó a decaer, surgieron los llamados segundos reinos de taifas (1144-1170), que fueron posteriormente sometidos y anexionados por los almohades, que habían sucedido a los almorávides en su dominio del norte de África.

Relación de taifas del segundo período

  • Almería: 1145-47 (breve gobierno de castellanos y almohades)
  • Badajoz: 1145-50 (almohades)
  • Beja y Évora: 1114-50 (almohades)
  • Constantina y Hornachuelos: 1143-50 (almohades)
  • Guadix y Baza: 1145-51 (Murcia)
  • Jaén: 1145-1159 (Murcia)
  • Jerez: 1145 (almohades)
  • Málaga: 1145-53 (almohades)
  • Mallorca: 1147-1203 (tras la caída del Imperio almorávide, se organizó como taifa. Último reducto almorávide en caer por los almohades).
  • Mértola: 1144-45 (Badajoz); 1146-51 (almohades)
  • Molina: ?-1100 (Guadalajara)
  • Murcia: 1145 (Valencia); 1147-72 (almohades)
  • Niebla: 1145-50 (almohades)
  • Purchena 1145-50 (Murcia)
  • Santarém: 1144-45 (Badajoz)
  • Segura:​ 1147-"1150" (Murcia)
  • Silves: 1145-55 (almohades)
  • Tavira: 1146-50 (almohades)
  • Tejada: 1145-50 (almohades)
  • Valencia: 1145-72 (almohades)

La división de las segundas taifas volvió a permitir una nueva expansión cristiana en el siglo XII: en 1118 se conquista Zaragoza y al año siguiente Tudela (ambas por el reino navarro-aragonés de Alfonso I el Batallador —quien realizó incluso una prolongada expedición por Andalucía entre 1125 y 1126—), en 1147 Lisboa (por el reino de Portugal de Alfonso Enríquez), en 1148 Tortosa y al año siguiente Lérida (incorporadas como "marquesados" al conjunto de condados catalanes de Ramón Berenguer IV), en 1171 Teruel (incorporada al reino de Aragón de Alfonso II), en 1177 Cuenca (por el reino de Castilla de Alfonso VIII).

Semejante avance permitió iniciar la repoblación del espacio entre el Tajo y Sierra Morena en los reinos occidentales (Alentejo, Extremadura, la Mancha) y el valle del Ebro, el Sistema Ibérico y el Maestrazgo en los orientales.

En estas nuevas tierras de frontera fue fundamental el papel repoblador de las órdenes militares (las comunes a toda la cristiandad -templarios, hospitalarios y del Santo Sepulcro- y las de los reinos peninsulares -Avis, Santiago, Alcántara, Calatrava y Montesa-).

Arte de las taifas, almorávide y almohade

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La debilidad política de las taifas no produjo una decadencia cultural, sino todo lo contrario, un mayor refinamiento y una difusión por todo el territorio andalusí, en razón de la multiplicación de las cortes competitivas. Sobre los numerosos palacios fortificados o alcazabas (la de Almería, la de Málaga), destaca el palacio de la Aljafería de Zaragoza. Un edificio singular es el Bañuelo de Granada (de época zirí, siglo XI).

Del arte almorávide quedan muy pocos restos, como una qubba (cúpula) del antiguo palacio de Sevilla (hoy en el Patio de Banderas del Real Alcázar),​ y el castillo de Monteagudo. Al-Idrisi recoge que los talleres textiles de Almería alcanzaron gran perfección en la fabricación de attabi, comparables a las sedas persas.

Del arte almohade han quedado notables construcciones en Sevilla: la Torre del Oro y la Giralda (antiguo alminar de la mezquita, que mantiene la decoración inicial en sus muros –los cuerpos superiores son de época cristiana–) y el Patio del Yeso del Real Alcázar.

La cerámica andalusí y las artes suntuarias andalusíes tuvieron un gran desarrollo.

Estructuras, instituciones e ideología

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La inestabilidad política de las taifas no implicaba una decadencia ni de su cultura ni de sus estructuras: se dio paradójicamente a la vez que un crecimiento económico y demográfico;​ lo que intensificaba la capacidad extractiva de los reinos cristianos, conscientes de su menor nivel de desarrollo inicial y deseosos de crecer a su costa. La pujanza económica que alcanzaron los reinos cristianos les permitió emprender programas constructivos y artísticos de extraordinaria envergadura, en los estilos contemporáneos (románico y gótico), en ambos casos con características locales que se denominan arte mudéjar (románico mudéjar, gótico mudéjar) cuando son de muy marcada influencia andalusí (a menudo, por ser de mano de artesanos musulmanes). La expansión de los monasterios de la orden benedictina vinculados a casas francesas (primero los cluniacenses y luego los cistercienses) fue fomentada por los reyes (que también entroncaron dinásticamente con casas centro europeas -la dinastía Jimena con la dinastía Borgoña-) y las familias poderosas, consolidándose una sociedad estamental propia del feudalismo. La conflictividad social generada por ese contexto socioeconómico se expresó en movimientos que en alguna ocasión tuvieron reflejo documental, como las revueltas burguesas de Sahagún (desde 1111) y la revuelta de Santiago contra el obispo Gelmírez (1136). La institucionalización de la monarquía feudal incluyó la creación de las Cortes, ampliación de la «Curia Regis» hasta configurar una asamblea representativa de la nobleza, el clero y las ciudades de cada reino.

Las alternativas de política dinástica determinaron herencias y matrimonios que dividían y fusionaban reinos (Castilla y León en varias ocasiones, hasta su definitiva unificación con Fernando III "el Santo"). Frente al mayor poder interno que consiguieron acumular los reyes de la Corona de Castilla, caso opuesto fue el de Aragón: convertido en reino tras su separación de Navarra, podría haberse convertido en un territorio a cargo las órdenes militares de haberse cumplido el testamento de Alfonso I el Batallador; los nobles acordaron ignorarlo, y elevar al trono a Ramiro II el Monje (el de la legendaria campana de Huesca) quien, al año de asegurar la sucesión con el nacimiento de su hija Petronila, acordó su matrimonio con el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV, a quien dejó el gobierno del reino, volviendo a su monasterio (en 1137 -la boda tuvo que esperar trece años-).

La entidad política resultante (Corona de Aragón) fue incorporando las sucesivas conquistas con un criterio de separación semejante: territorios federados con instituciones diferenciadas. El fomento de las actividades intelectuales fue muy importante en algunos ámbitos (escuela de traductores de Toledo -Domingo Gundisalvo, Juan Hispalense-, protección a los primeros studia generalia -universidades de Palencia, de Salamanca, de Valladolid, de Alcalá y de Lisboa, todas ellas fundadas en el siglo XII-), que convirtieron a la España de los siglos XI al XIII en un espacio crucial para la conformación de la civilización occidental: para que pudiera producirse el denominado renacimiento del siglo XII tuvo que establecerse el contacto entre los grandes intelectuales andalusíes (el musulmán Averroes o el judío Maimónides -que exploran los límites entre razón y fe-) con la escolástica europea.

Raimundo Lulio intentó infructuosamente la conversión de los musulmanes por persuasión intelectual, pero en su esfuerzo, que le llevó a dominar varias lenguas, realizó lo que probablemente sean las primeras obras filosóficas en lengua vulgar. No hay que confundir anacrónicamente estos contactos, o los periodos de mayor tolerancia, con algún tipo de multiculturalismo: a pesar del propósito de conocer las razones del otro, la voluntad de todos (musulmanes, judíos y cristianos) es mantenerse en su fe, y en la mayor parte de los casos, imponerse incluso violentamente sobre los demás.​ En cuanto a las interpretaciones distintas dentro de cada una de esas leyes (ley de Mahoma, ley de Moisés, ley de Cristo), no había compromiso o tolerancia: las definidas como herejías desde el punto de vista de la ortodoxia, eran fuertemente perseguidas. Un santo español, Domingo de Guzmán, fundó en 1215 la Orden de Predicadores ("dominicos") para combatir a los herejes, tanto mediante la persuasión como mediante procesos inquisitoriales.

El nacimiento de las lenguas romances y sus literaturas

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Es en esta época cuando aparecieron los primeros testimonios escritos de las lenguas romances o neolatinas. El latín había dejado de ser suficientemente inteligible, y se hizo necesario para algunos documentos la inclusión de palabras, frases enteras o glosas en lengua vulgar: en el siglo X la Nodicia de Kesos, en el siglo XI las glosas silenses y emilianenses en castellano (incluyen también palabras en euskera, que no es romance, sino prerromana), y algunos ejemplos de catalán (un juramento feudal, unas greuges o quejas); a finales del siglo XII y comienzos del siglo XIII ya hay grandes textos, como las Homilías de Organyà, el Cantar de Mio Cid o la cantiga de escarnio Ora faz ost'o senhor de Navarra.

Mucho antes (finales del siglo X y comienzos del siglo XI), los romances meridionales o mozárabes dejaron testimonio en las jarchas (partes de composiciones poéticas más extensas, en árabe hispánico, donde se usan frases en lengua mozárabe como recurso literario), escritas por andalusíes musulmanes o judíos, en caracteres árabes.

El romance occidental o galaico-portugués llegó a ser una lengua literaria de prestigio (fue la que eligió Alfonso X para las Cantigas de Santa María).

De entre todos los romances centrales (leonés, asturiano, navarroaragonés) únicamente el castellano se consolidó, prestigiado por su uso cortesano y por la pujanza de su literatura, tanto popular como culta (mester de juglaría y mester de clerecía, en términos de Gonzalo de Berceo).

El romance oriental o catalán se extendió por Valencia (valenciano), Mallorca (mallorquín) y, más tarde, en parte de Cerdeña (alguerés).

El románico español

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El románico español, románico hispánico o románico peninsular son denominaciones bibliográficas para designar la división espacial del arte románico que corresponde a los reinos hispano-cristianos de la península ibérica en los siglos XI y XII.

No obstante, sus rasgos estilísticos son en lo esencial comunes con el románico europeo, y en lo particular diferenciados entre las distintas zonas en que suele subdividirse.

La mitad sur de la península carece de arte románico, dado que se mantuvo bajo el dominio musulmán (arte andalusí).

El románico de la zona central de la península es escaso y tardío, sin prácticamente presencia al sur del Ebro y el Tajo; siendo el tercio norte peninsular la zona donde se concentran los edificios románicos.

En atención al hecho de que el románico se introduce en la península de este a oeste, a efectos de su estudio, la delimitación regional se hace siguiendo la misma dirección: en reinos orientales (los reinos o territorios pirenaicos: románico catalán, románico aragonés y románico navarro), y reinos o territorios occidentales (románico castellano y leonés, románico cántabro, románico asturiano, románico gallego y románico portugués).

El primer románico o románico lombardo tiene sobre todo presencia en Cataluña, mientras que el Románico pleno se difundió a partir de las fundaciones de la Orden de Cluny siguiendo el eje del Camino de Santiago. El tardorrománico se prolonga en el siglo XIII, especialmente en construcciones rurales.