Historia de España/Reinos cristianos/Núcleos de resistencia cristianos
Tras la invasión, la resistencia cristiana cristaliza en dos focos de los cuales Asturias fue el más precoz.
Núcleo asturiano
[editar]Tras la invasión islámica, una minoría cristiana escapó al norte de la península ibérica. Del núcleo asturiano surgió una monarquía cuyo poder les permitiría avanzar en los años siguientes hasta la línea del Duero, entre Oporto y Simancas.
En el año 718 se sublevó un noble llamado Pelayo (718-37). Fracasó, fue hecho prisionero y enviado a Córdoba (los escritos usan la palabra «Córdoba», pero esto no implica que fuera la capital, ya que los árabes llamaban Córdoba a todo el califato). Sin embargo, consiguió escapar y organizó una segunda revuelta en los montes de Asturias, que empezó con la batalla de Covadonga en 722.
Esta batalla se considera el comienzo de la Reconquista. La interpretación es discutida: mientras que en las crónicas cristianas aparece como «una gran victoria frente a los infieles, gracias a la ayuda de Dios», los cronistas árabes la describen como un enfrentamiento con un reducido grupo de cristianos, a los que tras vencer se desiste de perseguir al considerarlos inofensivos.
Probablemente fuera una victoria cristiana sobre un pequeño contingente de exploración. La realidad es que esta victoria de Covadonga, por pequeñas que fueran las fuerzas contendientes, tuvo una importancia tal que creó en torno a Don Pelayo, un foco de independencia del poder musulmán que le permitió mantenerse independiente en Oviedo e ir incorporando nuevas tierras a sus dominios.
Con Alfonso I de Asturias (739-757) el reino se benefició de las dificultades de al-Ándalus y de la inmigración de cristianos venidos del valle del Duero, que quedó prácticamente despoblado. Este aporte humano permitió a los reyes de Asturias ampliar sus dominios.
En cualquier caso, los árabes desistieron de controlar la zona más septentrional de la península, dado que en su opinión, dominar una región montañosa de limitados recursos e inviernos extremos no valía la pena. Además, la fuerte resistencia de los francos en Aquitania y Septimania les impidió destinar fuerzas a la cornisa cantábrica.
Los cristianos de la zona no representaban un peligro, y controlar el extremo más alejado supondría más costes que beneficios. Las poblaciones astures y cántabras emprendieron una campaña de resistencia y depredación contra las tierras del Duero.
El yerno de Pelayo, Alfonso I de Asturias, aprovechó la crisis interna del emirato de Córdoba para extender el control desde Galicia a Álava. La sorprendente expansión y consolidación del minúsculo reino con el largo reinado de Alfonso II (791-842), quien ya pudo vencer en batalla campal a los musulmanes, recuperó conscientemente la herencia visigoda (officium palatinum), favoreció la creación de monasterios y estableció la capital en Oviedo.
Esta situación preocupó a las autoridades califales, por lo que se llevaron a cabo sucesivas incursiones (en tiempos de Alfonso II, se hizo una cada año en territorio asturiano), pero el reino sobrevivió y se siguió expandiendo, con sonoras victorias como la batalla de Lutos, Polvoraria y la toma de Lisboa en 798.
La aparición del presunto sepulcro del apóstol Santiago en Compostela sirvió para fortalecer la identidad e ideología del reino.
El reino de Asturias era inicialmente de carácter astur, pero fue sometido en sus últimas décadas a una sucesiva gotificación debida a la influencia de los inmigrantes de cultura hispanogoda que huían desde el sur.
Asimismo, fue un referente para parte del espacio cultural europeo con la batalla contra el adopcionismo, al romper con el obispado de Toledo.
El reino estuvo por épocas muy vinculado al reino de los francos, sobre todo a raíz del «descubrimiento» del supuesto sepulcro del apóstol Santiago. Esta idea «propagandista» consiguió vincular a la Europa cristiana con el pequeño reino del norte, frente al sur islamizado.
La emigración de clérigos mozárabes a Asturias permitió crear la doctrina que consideraba al rey como heredero de los visigodos, con derechos a avanzar hacia el sur sobre los territorios de al-Ándalus. Esta doctrina proporcionó a la nueva monarquía elementos propios de las tradiciones godas.
El foco pirenaico: formación de los reinos
[editar]Se originó a partir de la resistencia carolingia (el caudillo franco Carlos Martel había rechazado la invasión musulmana de Aquitania en la batalla de Poitiers en 732). Posteriormente su sucesor, Carlomagno, trató de hacer retroceder a los musulmanes mediante una expedición en el valle del Ebro, consiguiendo conquistar Barcelona y Gerona.
Con todo, la expedición fue un desastre tras la derrota ante los vascones en la batalla de Roncesvalles, tal y como narra la Chanson de Roland.
Tras este fracaso creó la Marca Hispánica como barrera defensiva (frontera militar del sur), que con el tiempo dio origen a otros focos cristianos en la península: el reino de Pamplona, los actualmente llamados condados catalanes, y los de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza
La Marca Hispánica
[editar]El territorio situado entre el oriente de Navarra y el mar se dividió en condados sometidos a los francos. Los condados catalanes fueron divisiones de la zona occidental de la Marca Hispánica y los condados de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza ocupaban la zona intermedia.
Fue una zona de contención militar que tomaron los francos para frenar las incursiones sarracenas. Si bien la intención inicial de estos era llevar las fronteras hasta el Ebro, la Marca quedó delimitada por los Pirineos en el norte y por el río Llobregat en el Sur.
Los francos favorecieron la llegada de mozárabes, entre los que surgió con el tiempo un sentimiento contrario al dominio franco. Posteriormente se independizó del dominio franco gracias a la actuación de los condes Aznar Galíndez, conde de Aragón desde 809 hasta 820 y Wifredo el Velloso, que en el año 874 reunió y gobernó de forma autónoma los condados catalanes para legarlo luego a sus descendientes Borrell II (947-92) y Ramón Borrell (992-1018).
En la zona de los condados catalanes, el condado de Barcelona se convirtió muy pronto en el dominante de la zona. Tras la unión dinástica entre el Reino de Aragón y el conjunto de condados vinculados al de Barcelona, tendría origen la Corona de Aragón, que extendería sus dominios hacia el sur y el Mediterráneo.
Los condados catalanes
[editar]Condados catalanes es la denominación historiográfica que designa a los condados que aparecen en el noreste de la península ibérica a partir de la Marca Hispánica del imperio carolingio (siglo IX). Es un territorio aproximadamente coincidente con la denominada Cataluña vieja y lo que actualmente son el principado de Andorra y Rosellón.
Los condados más orientales acabaron siendo incorporados al condado de Barcelona y formaron parte de la unión dinástica con el reino de Aragón en la llamada Corona de Aragón (1162), mientras que el condado de Urgel mantuvo su dinastía propia hasta 1413 y el de Pallars Sobirá hasta 1491.
Las taifas (reinos musulmanes) de Tortosa y Lérida habían sido conquistadas por el Príncipe de Aragón y conde de Barcelona Ramón Berenguer IV (en 1148 y 1149 respectivamente), y no se constituyeron como nuevos condados sino que Ramón Berenguer adoptó el título de marqués de estos territorios.
El avance cristiano
[editar]El avance de los reinos cristianos en la península ibérica fue un proceso lento, discontinuo y complejo, en el que se alternaron períodos de expansión con otros de estabilización de fronteras y en el que muchas veces los diferentes reinos o núcleos cristianos siguieron también ritmos de expansión distintos, a la vez que se remodelaban internamente, con uniones, divisiones y reagrupaciones territoriales de signo dinástico.También cambiaba internamente la forma y fuerza del poder musulmán peninsular al que se enfrentaban, experimentando diversas fases de poder centralizado y períodos de disgregación.
La expansión conquistadora estuvo salpicada de continuos conflictos y cambiantes pactos entre reinos cristianos, negociaciones y acuerdos con poderes regionales musulmanes y, puntualmente, alianzas cristianas más amplias, como la que se dio en la batalla de Simancas (939), que aseguró el control cristiano del valle del Duero y del Tormes; o la más sonada (por su excepcionalidad) y de más amplios vuelos en la batalla de las Navas de Tolosa en 1212, que supuso el principio del fin de la presencia almohade en la península ibérica. El estudio de tan dilatado y complejo proceso pasa por el establecimiento de diferentes fases en las que los historiadores han establecido perfiles diferenciados en los ritmos y características de conquista, ocupación y repoblación.
Siglos VIII a XI
[editar]Derrotado el reino visigodo de Toledo entre el año 711 y el 714, al margen de la invasión solo queda una estrecha franja montañosa en el norte peninsular. El principal esfuerzo de estos primeros núcleos de resistencia hasta el siglo X irá dirigido a consolidar nuevas estructuras político-institucionales sobre una realidades socioeconómica en transformación (el asentamiento masivo de población huida del avance musulmán), configurando las bases del feudalismo en la península ibérica. Al oeste se afianzó el reino asturiano, extendiéndose entre Galicia, el Duero y el Nervión. Al este la Marca defensiva carolingia germinará en diferentes núcleos cristianos pirenaicos. Su precaria situación quedará demostrada durante el reinado de Abd al-Rahman III (912-961), cuando reconocieron la soberanía del Califato y se convirtieron en estados tributarios.
Durante el siglo IX y a comienzos del X, los territorios cristianos asistieron a un incremento de la población y al desarrollo de la colonización y explotación de tierras. Los avances de las conquistas fueron lentos al principio, durante los últimos años del reinado de Alfonso II (Brañosera, 824), para acelerarse con posterioridad desde mediados del siglo IX, durante los reinados de Ordoño I y Alfonso III -Braga, Tuy, Astorga, León, Amaya, Briviesca, Miranda, Oporto (868), Simancas (889) y Zamora (893)-. En la zona castellana serían incorporadas a territorio cristiano: Clunia, Roa, San Esteban de Gormaz (912) y Osma. En el año 914 durante el reinado de Sancho Garcés I se añadiría la zona alta de La Rioja.
Asturias
[editar]El avance sobre el valle del Duero a lo largo del siglo IX parece confirmar la visión goticista iniciada con Alfonso III el Magno (866-910). En el año 856 se produce la toma de León, siendo la nueva sede de los monarcas para administrar mejor los nuevos territorios. Con Alfonso III la frontera quedó fijada en el Duero gracias a la política de colonización llevada adelante con habitantes de las montañas y huidos cristianos de la zona islámica. Las tierras de repoblación pasan a ser propiedad de los labriegos en lo que se conoce como presuras. Estos campesinos llevaban una vida rudimentaria, basada fundamentalmente en la ganadería y agricultura, constituyendo pequeños núcleos.
El reino de Asturias tuvo varias escisiones. La primera, a la muerte del rey Alfonso III el Magno, que repartió sus dominios entre tres de sus cinco hijos: García, Ordoño y Fruela. Estos dominios incluían, además de Asturias, los condados de León, Castilla y Galicia y las marcas de Álava y Portugal (esta última, frontera sur de Galicia). García se quedó León, Álava y Castilla, fundando el reino de León. Ordoño se quedó el reino de Galicia y Fruela se quedó Asturias.
León
[editar]En la primera mitad del siglo X se llegó a superar la línea del Duero, avanzando hasta Salamanca y Coímbra. En la zona oriental del Duero se produjeron choques más duros contra los musulmanes, entre los que destacamos la derrota de las fuerzas conjuntas de Ordoño II de León y Sancho Garcés I de Pamplona en la Valdejunquera (920) contra el emir Abderramán III y la victoria de Ramiro II (931-951) en Simancas (939). Ramiro II repobló Sepúlveda y la cuenca del Tormes. A Ordoño III de León (951-956) sucede Sancho I (956-958) por presiones de la facción navarra, cuya influencia culmina con Ramiro III.
El avance cristiano al sur del Duero no terminó consolidándose a causa de la reunificación de al-Ándalus por Abderramán III, que en el año 929 se autoproclamó califa, iniciando el califato de Córdoba. Será bajo su gobierno que la zona islámica peninsular alcanzará su cenit político, económico y cultural. El territorio cristiano sufrió ataques con las aceifas de Almanzor, canciller del califato de Córdoba y hayib o chambelán del califa Hisham II (976-1009). Se perdieron todas las plazas situadas al sur del Duero y la mayoría de las ciudades importantes del norte peninsular, como Santiago, León y Barcelona, sufrieron asaltos y daños importantes.
En la época de Alfonso VII el Emperador (1126-1157), reyes de toda la península ibérica y del sur de Francia se declararon sus vasallos. Sin embargo, tras una etapa de esplendor imperial la unidad se desvaneció, desapareciendo también el título de emperador de León.
Ya bajo Alfonso VII, Portugal se independizó de León, creando un reino gobernado por la hija de Alfonso VI, Teresa, casada con Enrique de Borgoña, y se recrudecieron las luchas fronterizas con Castilla, y a su muerte, el hijo de Alfonso, Fernando II, heredó el reino de León, y Sancho III, el de Castilla.
Su sucesor, Alfonso IX, se convirtió en uno de los más afamados monarcas del reino de León. Bajo su mandato se convocan las Cortes Leonesas de 1188, primeras cortes europeas en las que participó el tercer estado. En ellas se reconoció la inviolabilidad del domicilio, del correo, la necesidad del rey de convocar Cortes para hacer la guerra o declarar la paz, y se garantizaron numerosos derechos individuales y colectivos. Con Alfonso IX el reino se extendió por Extremadura, logrando una gran expansión territorial.
Castilla
[editar]Castilla (territorium Castellae) fue mencionada por primera vez en un documento en el año 800. Era la zona más oriental de León y expuesta a las incursiones islámicas del valle del Ebro y se correspondía al valle alto del río Trueba, al norte de la provincia de Burgos y al pie de la Cordillera Cantábrica.
Se trataba de un condado poblado fundamentalmente por vascones cristianizados que había ido adquiriendo autonomía a medida que declinaba el poder de los reyes de León. Se fue consolidando un estilo de vida propio de la zona de frontera: una sociedad fuertemente jerarquizada en lo militar (con unos condes muy autónomos con respecto al poder de los reyes de León), habituada a la guerra y al botín por un lado y a las relaciones mercantiles con al-Ándalus por otro.
El condado de Castilla se hizo hereditario por primera vez con Fernán González (930-970). La expansión castellana, tanto guerrera como pacífica, tuvo como resultado lejano la construcción de un amplio conjunto de territorios desde el Atlántico al Mediterráneo. En su avance hacia territorios despoblados del sur durante los siglos IX y X se definirán dos zonas: «Castilla Vieja», que correspondería a los territorios al norte del Duero, y lo que quedaría al sur hasta la Cordillera Central o Extrema Dorii, que durante mucho tiempo conservará un derecho propio y unas instituciones urbanas particulares.
Tras ser un condado hereditario con Fernán González (923-970), pasa a ser un reino con Fernando I (1032-1065). Le siguen Sancho II (1065-72) y Alfonso VI (1072-1109).
Reino de Castilla
A la muerte de Fernando I, ocurrida en 1065, los reinos fueron repartidos entre sus hijos, siendo para Sancho II el de Castilla y para Alfonso VI el de León. Sancho II es asesinado en 1072 y su hermano accede al trono de Castilla.
El que la misma persona rigiera en ambos reinos es un hecho que se mantendría durante varias generaciones. A su muerte le sucedió en el trono su hija, Urraca. Esta se casó, en segundas nupcias, con Alfonso I de Aragón, pero al no lograr regir ambos reinos, y debido a los grandes enfrentamientos de clases entre ellos, Alfonso I repudió a Urraca en 1114, lo que agudizó los enfrentamientos.
Si bien el papa Pascual II anuló el matrimonio anteriormente, ellos siguieron juntos hasta esa fecha. Urraca, condesa de Galicia, también tuvo que enfrentarse a su hijo, el Rey Alfonso VII de Galicia, para hacer valer sus derechos sobre ese reino. Dos años después, Alfonso VII es coronado también rey de León como Alfonso VII, fruto de su primer matrimonio. Alfonso VII consiguió anexionarse tierras de los reinos de Navarra y Aragón (debido a la debilidad de estos reinos causados por su secesión a la muerte de Alfonso I de Aragón). Renunció a su derecho a la conquista de la costa mediterránea a favor de la nueva unión de Aragón con el Condado de Barcelona, a través del matrimonio de Petronila de Aragón y Ramón Berenguer IV).
En su testamento regresó la tradición real de distintos monarcas para cada reino. Fernando II fue proclamado rey de León, y Sancho III, rey de Castilla
Navarra
[editar]El reino de Pamplona, posteriormente llamado reino de Navarra, tuvo como origen la propia familia gobernante, que había pactado la expulsión de las tropas francas de Pamplona con los muladíes de Tudela, la familia Banu Qasi. Su primer rey fue Íñigo Arista (820-851). Tras él, el nuevo reino logró mantener la autonomía con García Íñiguez (851-70) y Fortún Garcés (870-905). A principios del siglo X, la familia Jimena sustituye a la Arista y el primer rey es Sancho Garcés I (905-26), que tiene un gran éxito militar.
Le seguirán García Sánchez I (926-70), Sancho Garcés II (970-94) y García Sánchez II (994-1000).
La economía del reino estaba basada fundamentalmente en la agricultura y el pastoreo, con algunos contactos comerciales con los musulmanes.
Pamplona llegó a controlar lo que actualmente es Navarra (su origen), La Rioja (llamado entonces «Reino de Nájera») y lo que en la actualidad es el País Vasco, y a unir dinásticamente los condados de Castilla, dependiente de León pero muy autónomo, y Aragón (tras haberse constituido como dinastía hereditaria con el conde Aznar Galíndez), Sobrarbe y Ribagorza en los Pirineos en tiempos de Sancho el Mayor (1004-1035).
A su muerte legó su reino patrimonial (el reino de Pamplona) a García Sánchez III de Pamplona (1035-54), a quien de iure, deberían estar subordinados los tenentes de las otras zonas de su reino: Fernando, que recibió el condado de Castilla, Ramiro, que recibió el condado de Aragón y Gonzalo, el menor de los hermanos, que heredó Sobrarbe y Ribagorza. Tras anexionarse Sobrarbe y Ribagorza en 1045, Aragón se independiza.
Entre los años 1000 y 1035, Sancho el Mayor somete a la Iglesia a Roma con la reforma benedictina con Cluny como referencia. Tras García Sánchez (1035-54) el reino se divide entre castellanos y aragoneses.
Bajo su mandato el reino cristiano de Nájera-Pamplona alcanza su mayor extensión territorial, abarcando casi todo el tercio norte peninsular, desde Astorga hasta Ribagorza.
Tenía su residencia en Nájera, extendiendo sus relaciones más allá de los Pirineos, con el ducado de Gascuña, y aceptando las nuevas corrientes políticas, religiosas e intelectuales.
Su reinado coincidió con la crisis del mundo califal, iniciado a la muerte de Almanzor y terminado con el principio de los reinos de Taifas. Pretendió la unificación de los estados cristianos, bien por vínculos de vasallaje o bajo su propio mando.
En 1016 fijó las fronteras entre Navarra y el condado de Castilla, e inició un período de relaciones cordiales entre ambos Estados, facilitadas por su matrimonio con Munia, también conocida como Muniadona, hija del conde castellano Sancho García. De este matrimonio nacieron Fernando (Fernando I de Castilla), Gonzalo (Conde de Sobrarbe y Ribagorza) y las hijas Mayor y Jimena, reina de León al casarse con Bermudo III.
Durante el reinado de García Sánchez III (1035 - Atapuerca, 15 de septiembre de 1054) apodado "el de Nájera", y su hijo Sancho Garcés, Navarra se separa de los reinos vecinos.
En 1076, tras el asesinato de Sancho IV, el de Peñalén (arrojado por un precipicio así llamado ubicado en Funes) Pamplona y Aragón volverán nuevamente a estar juntos casi 60 años durante el reinado de tres monarcas: Sancho Ramírez (1076-1094), su hijo Pedro I (1094-1104) y, finalmente, el hermano de éste, Alfonso I el Batallador (1104-1134),
Aragón
[editar]El condado de Aragón fue un estado que se originó a principios del siglo IX d. C. en una franja montañosa en el Pirineo central que comprendía los valles de Ansó, Hecho y Aragón. Se crea el condado de Aragón y los otros condados de la Marca Hispánica por el interés manifiesto de la dinastía carolingia de proteger su frontera meridional de los posibles ataques musulmanes.
Aunque en un principio estuvo bajo la tutela de los reyes francos, conforme iba extendiéndose por la cuenca alta del río Gállego se desprendía del amparo carolingio y se acercaba al núcleo de gobernantes de Pamplona.
El reino de Aragón tiene su origen en un condado perteneciente a la Marca Hispánica. Se uniría al de Pamplona gracias al enlace dinástico de Andregoto Galíndez con García Sánchez I en el año 943. Tras la muerte de Sancho III de Navarra en 1035, legó a su hijo Ramiro (1035-63) el dominio del condado de Aragón.
Tras anexionarse los condados de Sobrarbe y Ribagorza, Ramiro I establecería un reino de facto que comprendía los tres antiguos condados y ocupaba los Pirineos centrales. En 1076, durante el reinado de Sancho Ramírez de Aragón, llegó a anexionarse Navarra.
Durante el reinado de Alfonso I el Batallador y tras una dura lucha con las taifas de Zaragoza, el reino aragonés llegó al Ebro, conquistando la capital en 1118. Tras la muerte de Alfonso I, los reinos de Aragón y Navarra se escinden al elegir cada uno a su gobernante.
Disgregación del Califato
[editar]La disgregación del Califato en una treintena de taifas, coincidirá con la reorganización y consolidación política de los reinos hispano-cristianos y facilitará un lento avance cristiano por la Meseta norte y el valle del Ebro. Ello será financiado con las imposiciones tributarias (parias) a que sometieron a los reinos musulmanes Fernando I de Castilla y León (1035-1065), Sancho Garcés IV de Pamplona (1054-1076), Sancho Ramírez de Aragón (1064-1094) y Ramón Berenguer I de Barcelona (1035-1076), convirtiéndolos virtualmente en protectorados.
Es un período de europeización, con la apertura a las corrientes culturales continentales (Cluny, Císter) y la aceptación de la supremacía religiosa de Roma. La guerra con al-Ándalus se plantea ya como una guerra de reconquista, provocando que la frontera adquiera un carácter de provisionalidad permanente.
El avance castellano-leonés (Toledo, 1085) provocó sucesivas invasiones norteafricanas –almorávides y almohades– que evitaron el colapso de la España musulmana. La repoblación entre el Duero y el Tajo se produce con colonos libres formando concejos con amplia autonomía (fueros), mientras que en el Ebro, los señoríos cristianos explotarán a la población agrícola musulmana.
Las taifas
[editar]Las taifas, palabra que significa "bando" o "facción") fueron pequeños reinos en los que se dividió el califato de Córdoba a partir de la Revolución Cordobesa que depuso al califa Hisham II en 1009; aunque el Califato no desapareció en ese momento.
En los años siguientes, en la llamada Fitna de al-Ándalus, el califato rivalizó con los primeros reinos de taifas, hasta que fue desterrado el califa Hisham III (de la dinastía omeya), lo que puso fin al califato en 1031.
Primeros reinos de taifas
[editar]Desde que el califa Hisham II es obligado a abdicar en 1009 hasta el año de la abolición formal del califato en 1031 se suceden en el trono de Córdoba nueve califas, de las dinastías omeya y hamudí, en medio de un caos total que se refleja en la independencia paulatina de las taifas de Almería, Murcia, Alpuente, Arcos, Badajoz, Carmona, Denia, Granada, Huelva, Morón, Silves, Toledo, Tortosa, Valencia y Zaragoza. Cuando el último califa Hisham III es depuesto y sustituido en Córdoba por un gobierno interino, todas las coras (provincias) de al-Ándalus que aún no se habían independizado se autoproclaman independientes, regidas por clanes árabes y bereberes.
En el trasfondo se hallaban problemas muy profundos. Por una parte, las luchas por el trono califal no hacían sino reproducir las luchas internas que siempre habían asolado el emirato y el califato por causas raciales (árabes, bereberes y muladíes o esclavos, estos últimos, esclavos libertos del norte peninsular o de origen centroeuropeo). También influían la mayor o menor presencia de población mozárabe, el ansia independentista de las áreas con mayores recursos económicos y también la agobiante presión fiscal necesaria para financiar el coste de los esfuerzos bélicos.
Cada taifa se identificó al principio con una familia, clan o dinastía. Así surgen la taifa de los amiríes (descendientes de Almanzor) en Valencia; la de los tuyibíes en Zaragoza; la de los aftasíes en Badajoz; la de los birzalíes en Carmona; la de los ziríes en Granada; la de los hamudíes en Algeciras, Ceuta y Málaga; y la de los abadíes en Sevilla. Con el paso de los años, las taifas de Sevilla (que había conquistado toda la Andalucía occidental y parte de la oriental), Badajoz, Toledo y Zaragoza, constituían las potencias islámicas peninsulares.
Durante el apogeo de los reinos de taifas (siglo XI y hasta mediados del siglo XII), los reyes de las taifas compitieron entre sí no solo militarmente, sino sobre todo en prestigio. Para ello, trataron de patrocinar a los más prestigiosos poetas y artesanos.
Sin embargo, la disgregación del califato en múltiples taifas, las cuales podían subdividirse o concentrarse con el paso del tiempo, hizo evidente que solo un poder político centralizado y unificado podía resistir el avance de los reinos cristianos del norte.
Careciendo de las tropas necesarias, las taifas contrataban mercenarios para luchar contra sus vecinos o para oponerse a los reinos cristianos del norte. Incluso guerreros cristianos, como el propio Cid Campeador, sirvieron a reyes musulmanes, luchando incluso contra otros reyes cristianos.
Sin embargo, esto no fue suficiente y los reinos cristianos aprovecharían la división musulmana y la debilidad de cada taifa individual para someterlas. Al principio el sometimiento era únicamente económico, forzando a las taifas a pagar un tributo anual, las parias, a los monarcas cristianos.
Sin embargo, la conquista de Toledo en 1085 por parte de Alfonso VI de León y Castilla hizo palpable que la amenaza cristiana podía acabar con los reinos musulmanes de la península. Ante tal amenaza, los reyes de las taifas pidieron ayuda al sultán almorávide del norte de África, Yúsuf ibn Tasufin, el cual pasó el estrecho asentándose en Algeciras y no solo derrotó al rey leonés en la batalla de Zalaca (1086), sino que conquistó progresivamente todas las taifas.
Relación de taifas del primer período
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La expansión castellano-leonesa y portuguesa
[editar]Conquista y ocupación de la Extrema Durii (segunda mitad del siglo XI)
La conquista de las tierras «más allá del Duero» ("Extrema Durii”) la inicia el rey Fernando I de Castilla y León con la ocupación entre 1055 y 1064 de importantes plazas estratégicas en el oeste (Viseu, Lamego y Coímbra), pero el paso decisivo lo dio su hijo Alfonso VI con la espectacular ocupación de Toledo en 1085. Alfonso VI llegó a proclamarse a raíz de esta conquista, "imperator totius Hispaniae”. A partir de ese momento la cordillera del Sistema Central se convierte en la nueva línea fronteriza del reino castellano-leonés, con Toledo como avanzada.
La Extrema Durii era una zona que se hallaba prácticamente despoblada, por lo que para proceder a su repoblación los reyes castellano-leoneses crearon diversos concejos (Segovia, Ávila, Salamanca,...) que eran la cabeza de un amplio territorio o alfoz en el que se diseminaban numerosas aldeas. El conjunto del concejo-madre y el alfoz constituyó la comunidad de villa y tierra, que recibió de los monarcas generosos fueros ―tomando como modelo el fuero de Sepúlveda de 1076― para atraer pobladores y asegurar así la frontera.
Allí se desarrolló una típica «sociedad de frontera», dirigida por señores y caballeros, que corrían con el peso principal de las tareas militares, mientras que los "pecheros" o "peones" se dedicaban al cultivo de la tierra o al cuidado del ganado, guerreaban en las milicias concejiles ―en posiciones subordinadas a los «caballeros»― y cargaban con todo el peso de los tributos. Una de las actividades económicas principales de estos concejos será la ganadería, aprovechando los pastos de la sierra próxima y la facilidad de movilizar el ganado en caso de ataque.